Necesitamos una botella de plástico, celo, un cúter, una regla, un rotulador y piedrecitas pequeñas de río.
Empezamos cortando la parte superior de la botella. Rellenamos unos centímetros la base de la botella con las piedrecitas de río. El objetivo es darle peso para evitar que vuelque.
Sobre las piedras, echamos un poco de agua hasta el punto en el que termina la capa de piedras (este nivel será nuestro nivel 0 del registro de agua).
Ahora, sobre la base colocamos la parte superior de la botella, pero invertida a modo de embudo, y la pegamos a la parte inferior con celo. Finalmente, con la ayuda de la regla y el rotulador, hacemos unas marcas en la parte exterior de la botella, marcando los diferentes niveles. Partimos del nivel 0, que como dijimos será el borde donde acaban las piedras, y el resto de niveles los marcaremos cada medio centímetro.
Ya sólo nos queda observar y tomar nota de los diferentes niveles que registramos después de cada día de lluvia, recordando vaciar el agua sobrante, hasta volver a alcanzar el nivel 0 después de cada observación.
Después de nuestra primera lluvia y posterior registro nos encontramos con el “pequeño detalle” de que no podíamos vaciar el agua del pluviómetro (sin despegar la parte superior, claro). Así que os recomendamos hacer también lo que hicimos nosotros: un pequeño agujero de salida sobre el nivel máximo.
Cuando tuvimos terminado el pluviómetro, dejamos que los chicos estimaran dónde creían que llegaría el nivel de agua en caso de que lloviera mucho (según ellos, al 7) o poco (al 1). Y se llevaron una sorpresa (bueno, tengo que reconocer que yo también) al ver que después de una fuerte tormenta y chaparrón vimos que sólo se había alcanzado el nivel 1. Es interesante comparar las observaciones, y hacerles ver también la influencia en el resultado de las medidas no sólo de la fuerza del chaparrón sino también de la duración de la lluvia.
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